miércoles, 23 de noviembre de 2016

Microrrelatos de Halloween en 4ºA


IRENE PONCE MORENO, 4º A

Mi vecina Manuela, vive con su marido Juan. Los conozco desde que nací. Son muy simpáticos, aunque ya son mayores y tienen algunos problemas. Ella tiene problemas en el corazón, por ejemplo, y él… bueno… él, ve alucinaciones, pero no sé de qué, y no puede llevarse noticias impactantes de nada.
Esto no lo llegaba a entender mucho, hasta que el otro día, sobre las cuatro de la madrugada, oí una ambulancia, pero me volví a dormir.
Por la mañana, no había nadie en casa, así que fui a casa de mis vecinos, por si allí estaba mi madre, y me abrió Juan. Me dijo que por allí no había ido, ni que tampoco estaba con su mujer -se adelantó a decir-, porque Manuela se estaba duchando.
Así, que cuando llegué a casa, llamé a mi madre y ella me dijo:
- Estamos en el velatorio de Manuela. Murió esta mañana. Llegaremos en un par de horas.
Ahí fue cuando entendí el tipo de alucinaciones que Juan tenía…





LUCÍA ADANZA MORENO, 4º B

Una fría noche de invierno de hace varios años, como de costumbre, estaba leyendo un libro titulado El exorcista frente a las acogedoras llamas de mi chimenea. En menos de un segundo, el silencio sepulcral fue quebrantado por un ruido similar a rasguños en la madera. No me asusté y seguí con la lectura pensando que sería mi imaginación.
La calma duró poco, ya que un punzante dolor similar al de un arañazo invadió mi pierna derecha. Corrí a la habitación de mi abuela y me metí bajo las cobijas a su lado para intentar tranquilizarme.

A la mañana siguiente, desperté con normalidad. Todo parecía haber sido una pesadilla hasta que me fijé en mi pierna: una gran cicatriz surcaba el muslo. No sé qué o quién hizo eso; lo que sé es que a día de hoy, ciertas noches de invierno, esa marca se vuelve a señalar en mi pierna, como si hubiera sido el mismo momento de aquella mala noche.

BAJO LAS ESCALERAS, POR ELENA SILLERO SÁNCHEZ, 4º A

Una figura oscura sonreía mientras me animaba a acercarme a ella. Sin saber bien por qué, le hice caso. Me senté a su lado y comenzó a acariciarme suavemente el pelo. Sus manos heladas me provocaban un extraño escalofrío. De repente, noté cómo las caricias empezaban a hacerme daño cada vez más. Cuando fui capaz de pedirle que parara, era tarde; sentí cómo el frío había penetrado en mi piel.
Entonces, un impulso me hizo levantarme y subir las escaleras mientras él se quedaba mirándome. Me acerqué a la cama donde la pequeña dormía, y le susurré:
- Pronto podrás jugar con nosotros.

Pareció no darse cuenta. Sin embargo, noches después, acudió al mismo sitio que yo, donde la misma persona estaba esperándola…
- No abras la puerta- le susurré al oído.
- Pero él me está esperando- reclamó desde su ignorancia. Y sin pensárselo dos veces, giró el pomo. Tan sólo el crujido de la puerta al abrirse me devolvió los recuerdos de aquella noche.
- No entres. Sé lo que va a pasar- la avisé.



Esta vez no hubo respuesta. La pequeña estaba convencida de que su “amigo” estaba tras esa puerta, aguardando a que ella llegara para jugar. Comencé a bajar las escaleras lentamente, paso a paso, hasta que dejé de ver su silueta. No tuve valor para seguirla, el terror que me causaban los recuerdos me paralizaba. Escuché su voz, un grito de dolor; ya no podía hacer nada.

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