Cuando fuimos de
excursión se nos hizo tarde en el campo.
Aunque nos daba un
poco de miedo, decidimos entrar en un caserón un poco alejado del
camino. La casa estaba abandonada, pero nos acercamos sin miedo.
Después de
entrar, de pronto la puerta dio un portazo y la luz de la linterna se
apagó sola, así que nos quedamos sumergidos en un oscuro silencio. Llamé a mis
compañeros pero nadie me contestó, palpando me
moví por la habitación buscando un interuptor o una vela para
alumbrarme. Todo fue inútil, a oscuras no sabía lo qué era nada.
El
corazón me latía con fuerza y la garganta no me dejaba hablar.
Por fin toqué una
ventana, intenté abrirla, cuando lo conseguí la luz de
la luna iluminó el interior de la habitación, y yo me quede paralizada: todo el
suelo estaba cubierto de cadáveres.
Había entrado en un
cementerio.
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