Érase una
vez un hombre que vivía en una casa, cerca de la ciudad con su
mujer, llamada Rocío, ellos discutían muy a menudo.
La mujer era
ama de casa, y su marido, que se llamaba Antonio, trabajaba en una
granja.
El sueño de
Antonio era irse para no escuchar más a su mujer y así lo hizo.
El primer
día, después de la marcha de Antonio, ella tenía esperanza de que
volviera, pero pasaron más y más días y Antonio no regresaba,
Rocio pensaba que unos malvados lo estarian maltratando, al borde de
un precipicio.
Rocio estaba
triste en su casa comiendo chicharrones, la comida preferida de
Antonio, pero él seguía con su largo e intenso viaje.
A mitad del
camino se llevó una alegría, ya que se encontró con don Quijote,
que iba acompañado de Sancho. Antonio les contó lo que le ocurría,
y don Quijote le dijo que volviera a casa con su amada y finalmente
don Quijote convenció a Antonio.
Cuando
regresó a casa, Rocío le prometió que nunca más discutirían, que
serían una familia muy feliz. Y fueron felices y comieron
chicharrones.
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