Con 13 años, mi única ilusión
era tener una moto, una motocross. Poder saltar y volar sin alas, tener
la velocidad de la luz aunque no supiese ni siquiera meter marchas, era
lo que hacía brillar mis ojos cada mañana, lo que me hacía luchar.
Cada
día estudiaba más que el anterior, todo por un pequeño trato que hice
con mis padres. Estas fueron sus palabras: ''si sacas mejores notas que
el año pasado te la compraremos en Navidad'' y esa frase fue la chispa que
creó una fogata dentro de mí.
Mis notas subían como la espuma y mi
ilusión también. Cuando llegó el final del primer trimestre mis notas
habían subido y yo solo quería que llegara la navidad, pero, mi madre
pretendía bajarme un poco los humos para que la sorpresa fuese mayor y me
dijo que la moto no podría ser la que yo quería y que además llegaría
un poco más tarde porque en Navidad no podían mandarla. Yo me derrumbé y me fui a llorar.
Cuando llegó la Navidad cada día era más triste, pero, en Nochebuena mi madre me dijo que cuando me duchase iríamos a la casa de
mi tía a cenar pero que antes me daría un pequeño regalo como
compensación por la tardanza de la moto.
Me duché con rapidez porque
tenía un poco de intriga, aunque no tenía ni la menor idea de que era el
regalo que llevaba dos años pidiendo. Cuando terminé de ducharme mi
madre me dijo que antes de darme el regalo tenía que ir a la furgoneta a
por su chaqueta, yo fui a la furgoneta y mi madre junto a mi padre y
mis hermanos me siguieron sin que me diera cuenta, cuando llegué a la
furgoneta abrí la puerta y me encontré la moto que había pedido, ni
siquiera me acerqué a verla, simplemente salté de la furgoneta para dar
un abrazo a mis padres y hermanos.
Cada día buscaba un momento para
intentar aprender a controlarla, un día mi hermano me enseñó a meter
marchas y ese día ni siquiera bajé de la moto, ya volaba sin alas.
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