Bambi
Érase una vez un bosque donde vivían muchos animales y donde todos
eran muy amigos. Una mañana un pequeño conejo llamado Tambor fue a despertar al
búho para ir a verme, ese día nací. Se reunieron todos los animales del bosque
y fueron a conocerme, yo era un pequeño cervatillo llamado Bambi. Todos se
hicieron muy amigos míos y me fueron enseñando todo lo que había en el bosque:
las flores, los ríos y los nombres de los distintos animales, pues para mí todo
era desconocido.
Todos los días nos juntábamos en un claro
del bosque para jugar. Una mañana, mi madre me llevó a ver a mi padre que era
el jefe de la manada de todos los ciervos y el encargado de vigilar y de cuidar
de ellos. Cuando estábamos los dos dando
un paseo, oímos ladridos de un perro.
-¡Corre, corre Bambi! -dijo mi padre-
ponte a salvo.
-¿Por qué, papi? -pregunté yo.
- Son los hombres y cada vez que vienen
al bosque intentan cazarnos, cortan árboles, por eso cuando los oigas debes de
huir y buscar refugio.
Pasaron
los días y mi padre me fue enseñando todo lo que debía de saber pues el día que
yo fuera muy mayor, sería el encargado de cuidar a la manada. Más tarde, conocí
a una pequeña cervatilla que era muy muy guapa llamada Farina y de la que me
enamoré enseguida.
Un día que
estábamos jugando y los dos oímos los ladridos de un perro y pensé: “¡Son los
hombres!”, e intenté huir, pero cuando me di cuenta el perro estaba tan cerca
que no me quedó más remedio que enfrentarme a él para defender a Farina. Cuando
ésta estuvo a salvo, trató de correr pero se encontró con un precipicio que
tuvo que saltar, y al saltar, los cazadores me dispararon y quedé herido.
Pronto acudió mi papá y todos sus amigos y me ayudaron a pasar el río,
pues sólo una vez que lo cruzáramos estaríamos a salvo de los hombres, cuando lo
logramos me curaron las heridas y me puso bien muy pronto.
Pasado el tiempo, yo había crecido mucho.
Ya era un adulto. Fui a ver a mis amigos y les costó trabajo reconocerme pues
había cambiado bastante y tenía unos cuernos preciosos. El búho ya estaba
viejecito y Tambor se había casado con una conejita y tenían tres conejitos. Yo
me casé con Farina y tuvimos un pequeño cervatillo al que fueron a conocer
todos los animalitos del bosque, igual que pasó cuando yo nací. Vivimos todos
muy felices y ahora era yo el encargado de cuidar de todos ellos, igual que
antes lo hizo mi padre, que ya era muy mayor para hacerlo.
(Marina Rodríguez, 2ºB)
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